Cuando Saywer pone en marcha el motor, me giro un poco hacia Anastasia, sujetando firmemente el sobre entre mis dedos, y se lo entrego. Al fin y al cabo, va dirigido a ella.
-Ana, alguien ha entregado un sobre a Sawyer. Va dirigido a ti. Estoy seguro de que no es más que la carta de amor de un corazón roto de la noche –digo, tratando de calmarla. Los acontecimientos de los últimos días no hacen de la situación, ni mucho menos, la más propicia para recibir anónimos. Aún así confío en mis hombres.
Anastasia levanta las cejas, sorprendida, y toma de mis manos la nota, abriéndola. Su rostro pierde de repente todo el color, su cuerpo se crispa. Mierda, ¿hay algo que se nos haya escapado?
-¿Se lo has dicho? –me pregunta hosca, cuando termina de leer. El fuego ha vuelto a sus ojos.
-¿Decirle qué a quién, Ana? No sé de qué me estás hablando.
-A Elena. ¿Le has dicho que la llamo señora Robinson?
-¿Elena? ¿Es de Elena?- ¿Qué hace Elena enviándole cartas a Anastasia?
-¿La nota es de Elena? ¡Pero esto no tiene sentido! Es ridículo. Déjame verla.
Anastasia me muestra con desdén la hoja de papel.
-Esto es absurdo. Tengo que hablar con ella. Mañana mismo, o el lunes, a más tardar.
Cojo un momento la nota y la arrugo entre mis dedos. No sé si quiero leerla, no sé si debo. No es para mí, pero un rápido vistazo me sobra para ver que está firmada como Señora Robinson, y que hay un número de teléfono. Se la devuelvo sin saber muy bien por qué la nota a Anastasia. El coche sale de la finca, alejándose hacia el centro de Seattle. Taylor y Sawyer van en silencio en la parte delantera del coche, y yo dejo correr mi ira como la negra noche que nos rodea. Le he pedido, a Elena, en repetidas ocasiones, que no se meta en mis asuntos con Ana. Que no la busque, que no hable con ella, que no intente hacerse su amiga. Además, ¿de dónde se ha sacado la libertad de ofrecerse para ser su amiga, para darle su número de teléfono? ¿Por qué sigue intentando acercarse a ella cuando le he pedido tajantemente que no lo haga?
-Hasta la próxima –dice Anastasia y mi corazón da un vuelco. ¿La próxima qué? ¿Ella también teme que Elena vuelva a entrometerse?
Su mano sostiene las bolas de plata, y me las entrega. A ráfagas, según el coche pasa bajo las luces del alumbrado público de Seattle, adivino una sonrisa. Eso es bueno, ya habíamos quedado en que la señora Robinson no iba a arruinarnos esta noche, y parece dispuesta seguir con el acuerdo. Tomo su mano, y la aprieto. Con el otro brazo la rodeo, cubro su fría piel con mi abrazo y la atraigo hacia mí, en silencio. Estamos de acuerdo y es un alivio no tener que decir nada. Anastasia se recuesta en mi hombro y en un par de minutos, se queda dormida.
-¿Cómo ha ido la noche? –pregunto en voz baja, para no molestar a Anasstasia y para evitar que nos oiga hablar-. ¿Ha habido aluna sorpresa imprevista?
-Ninguna, señor Grey. Todo tranquilo –responde Taylor, sabiendo perfectamente a qué me refiero-.
Sawyer conecta su auricular y comunica al equipo de vigilancia que está en el Escala que estamos a diez minutos de llegar. Comprueba las cámaras –le dice a Taylor-, pero parece que todo está tranquilo también en casa. Nada fuera de lo normal –dice Taylor, mostrándome en su iPad las imágenes de las cámaras de seguridad colocadas en mi lujoso edificio.
Déjame ver la entrada del garaje –pido, y Taylor toca la pantalla hasta que aparezca.
Nadie, absolutamente nadie, aparte de un portero que barre el suelo, y recoge el contenido de las papeleras. ¡Mierda! ¡Las papeleras! No había pensado en ellas.
Supongo que alguien habrá controlado también qué es lo que se tira y no se tira en las zonas comunes –digo, esperando que ellos sí lo hayan pensado.
-Por supuesto, señor Grey –responde Sawyer-. De hecho, están cegadas. Lo que está haciendo el portero ahora es comprobar que no han intentado forzar los sellos. Hasta que se normalice la situación, el portero del edificio es uno de nuestros hombres.
-¿Qué hay del resto? ¿Las tarjetas, los movimientos que haya podido hacer, los hospitales? ¿El marido? ¿Algo?
-No, señor Grey, aún no tenemos ninguna información. Parece como si se hubiera desvanecido –dice Taylor.
-Pues encontradla –ordeno.
-Estamos haciendo todo lo posible, descuide.
Más tranquilo, me recreo mirando a Anastasia, que duerme apoyada en mí. Parece un ángel, tan linda, tan delicada. Tan a mi merced. Tomo su bolso para introducir las bolas que me ha dado, y mi mente empieza a correr… Cuando llegamos al Escala, despierto a Anastasia. Taylor y Sawyer detienen el vehículo en la puerta principal e intercambian los puestos. Los dos muchachos encargados de vigilar la puerta del edificio nos abren las portezuelas. Taylor llevará el coche al garaje con los dos guardaespaldas. Trato de despertar a Anastasia, que se resiste a abrir los ojos, y mucho menos a incorporarse. Beso su pelo, acaricio sus brazo, susurro su nombre.
-Ana, ya hemos llegado a casa, nena. Anastasia, despierta. Podrás dormir enseguida, vamos, despierta.
Anastasia aprieta mi mano negándose a salir. Tomo el bolso que lleva sobre el regazo, y las máscaras.
-Vamos, perezosa, despierta. ¿Voy a tener que llevarte en brazos a la cama?
-Anastasia sonríe, con los ojos aún cerrados. Niega con la cabeza.
-Ya voy –dice.
Casi a rastras, consigo sacarla del coche, donde nos espera Sawyer. Inmediatamente, Taylor y los dos muchachos desparecen en el coche en dirección al garaje.
-Ha sido un día muy muy largo, ¿verdad, nena? ¿Estás cansada? –Anastasia asiente por toda respuesta-. No estás muy habladora. Ven, voy a llevarte a la cama.
Con paso vacilante, y aún apoyada en mí, me sigue por el vestíbulo. A pesar de todo, a pesar de la incómoda presencia de Sawyer, es maravilloso llegar a casa con ella. Entramos de la mano en el ascensor y noto a través del altavoz de seguridad del ascensor el fliqueo de una señal inalámbrica haciendo interferencias con una onda de radio comunicándose. Mi teléfono no es, Anastasia no lleva el suyo, y Sawyer se lleva la mano al intercomunicador de la muñeca.
-Sawyer. Dime.
El silencio está sólo roto por el rumor de la señal que hace interferencias con el walkie Sawyer y, aunque intento aguzar el oído, no consigo coger ni una sola palabra de lo que están diciendo, pero su gesto es grave. Aprieto a Anastasia contra mi cuerpo. Es imposible que haya ocurrido algo. Todo debería estar bajo control. Pero es Taylor, sin duda, el que está comunicándose con él. Y Taylor está con los dos muchachos en el garaje. Han pasado apenas tres minutos desde que les dejamos en la puerta. Y justo antes de salir del coche hemos comprobado cada pantalla, cada escondite.
-Ana, alguien ha entregado un sobre a Sawyer. Va dirigido a ti. Estoy seguro de que no es más que la carta de amor de un corazón roto de la noche –digo, tratando de calmarla. Los acontecimientos de los últimos días no hacen de la situación, ni mucho menos, la más propicia para recibir anónimos. Aún así confío en mis hombres.
Anastasia levanta las cejas, sorprendida, y toma de mis manos la nota, abriéndola. Su rostro pierde de repente todo el color, su cuerpo se crispa. Mierda, ¿hay algo que se nos haya escapado?
-¿Se lo has dicho? –me pregunta hosca, cuando termina de leer. El fuego ha vuelto a sus ojos.
-¿Decirle qué a quién, Ana? No sé de qué me estás hablando.
-A Elena. ¿Le has dicho que la llamo señora Robinson?
-¿Elena? ¿Es de Elena?- ¿Qué hace Elena enviándole cartas a Anastasia?
-¿La nota es de Elena? ¡Pero esto no tiene sentido! Es ridículo. Déjame verla.
Anastasia me muestra con desdén la hoja de papel.
-Esto es absurdo. Tengo que hablar con ella. Mañana mismo, o el lunes, a más tardar.
Cojo un momento la nota y la arrugo entre mis dedos. No sé si quiero leerla, no sé si debo. No es para mí, pero un rápido vistazo me sobra para ver que está firmada como Señora Robinson, y que hay un número de teléfono. Se la devuelvo sin saber muy bien por qué la nota a Anastasia. El coche sale de la finca, alejándose hacia el centro de Seattle. Taylor y Sawyer van en silencio en la parte delantera del coche, y yo dejo correr mi ira como la negra noche que nos rodea. Le he pedido, a Elena, en repetidas ocasiones, que no se meta en mis asuntos con Ana. Que no la busque, que no hable con ella, que no intente hacerse su amiga. Además, ¿de dónde se ha sacado la libertad de ofrecerse para ser su amiga, para darle su número de teléfono? ¿Por qué sigue intentando acercarse a ella cuando le he pedido tajantemente que no lo haga?
-Hasta la próxima –dice Anastasia y mi corazón da un vuelco. ¿La próxima qué? ¿Ella también teme que Elena vuelva a entrometerse?
Su mano sostiene las bolas de plata, y me las entrega. A ráfagas, según el coche pasa bajo las luces del alumbrado público de Seattle, adivino una sonrisa. Eso es bueno, ya habíamos quedado en que la señora Robinson no iba a arruinarnos esta noche, y parece dispuesta seguir con el acuerdo. Tomo su mano, y la aprieto. Con el otro brazo la rodeo, cubro su fría piel con mi abrazo y la atraigo hacia mí, en silencio. Estamos de acuerdo y es un alivio no tener que decir nada. Anastasia se recuesta en mi hombro y en un par de minutos, se queda dormida.
-¿Cómo ha ido la noche? –pregunto en voz baja, para no molestar a Anasstasia y para evitar que nos oiga hablar-. ¿Ha habido aluna sorpresa imprevista?
-Ninguna, señor Grey. Todo tranquilo –responde Taylor, sabiendo perfectamente a qué me refiero-.
Sawyer conecta su auricular y comunica al equipo de vigilancia que está en el Escala que estamos a diez minutos de llegar. Comprueba las cámaras –le dice a Taylor-, pero parece que todo está tranquilo también en casa. Nada fuera de lo normal –dice Taylor, mostrándome en su iPad las imágenes de las cámaras de seguridad colocadas en mi lujoso edificio.
Déjame ver la entrada del garaje –pido, y Taylor toca la pantalla hasta que aparezca.
Nadie, absolutamente nadie, aparte de un portero que barre el suelo, y recoge el contenido de las papeleras. ¡Mierda! ¡Las papeleras! No había pensado en ellas.
Supongo que alguien habrá controlado también qué es lo que se tira y no se tira en las zonas comunes –digo, esperando que ellos sí lo hayan pensado.
-Por supuesto, señor Grey –responde Sawyer-. De hecho, están cegadas. Lo que está haciendo el portero ahora es comprobar que no han intentado forzar los sellos. Hasta que se normalice la situación, el portero del edificio es uno de nuestros hombres.
-¿Qué hay del resto? ¿Las tarjetas, los movimientos que haya podido hacer, los hospitales? ¿El marido? ¿Algo?
-No, señor Grey, aún no tenemos ninguna información. Parece como si se hubiera desvanecido –dice Taylor.
-Pues encontradla –ordeno.
-Estamos haciendo todo lo posible, descuide.
Más tranquilo, me recreo mirando a Anastasia, que duerme apoyada en mí. Parece un ángel, tan linda, tan delicada. Tan a mi merced. Tomo su bolso para introducir las bolas que me ha dado, y mi mente empieza a correr… Cuando llegamos al Escala, despierto a Anastasia. Taylor y Sawyer detienen el vehículo en la puerta principal e intercambian los puestos. Los dos muchachos encargados de vigilar la puerta del edificio nos abren las portezuelas. Taylor llevará el coche al garaje con los dos guardaespaldas. Trato de despertar a Anastasia, que se resiste a abrir los ojos, y mucho menos a incorporarse. Beso su pelo, acaricio sus brazo, susurro su nombre.
-Ana, ya hemos llegado a casa, nena. Anastasia, despierta. Podrás dormir enseguida, vamos, despierta.
Anastasia aprieta mi mano negándose a salir. Tomo el bolso que lleva sobre el regazo, y las máscaras.
-Vamos, perezosa, despierta. ¿Voy a tener que llevarte en brazos a la cama?
-Anastasia sonríe, con los ojos aún cerrados. Niega con la cabeza.
-Ya voy –dice.
Casi a rastras, consigo sacarla del coche, donde nos espera Sawyer. Inmediatamente, Taylor y los dos muchachos desparecen en el coche en dirección al garaje.
-Ha sido un día muy muy largo, ¿verdad, nena? ¿Estás cansada? –Anastasia asiente por toda respuesta-. No estás muy habladora. Ven, voy a llevarte a la cama.
Con paso vacilante, y aún apoyada en mí, me sigue por el vestíbulo. A pesar de todo, a pesar de la incómoda presencia de Sawyer, es maravilloso llegar a casa con ella. Entramos de la mano en el ascensor y noto a través del altavoz de seguridad del ascensor el fliqueo de una señal inalámbrica haciendo interferencias con una onda de radio comunicándose. Mi teléfono no es, Anastasia no lleva el suyo, y Sawyer se lleva la mano al intercomunicador de la muñeca.
-Sawyer. Dime.
El silencio está sólo roto por el rumor de la señal que hace interferencias con el walkie Sawyer y, aunque intento aguzar el oído, no consigo coger ni una sola palabra de lo que están diciendo, pero su gesto es grave. Aprieto a Anastasia contra mi cuerpo. Es imposible que haya ocurrido algo. Todo debería estar bajo control. Pero es Taylor, sin duda, el que está comunicándose con él. Y Taylor está con los dos muchachos en el garaje. Han pasado apenas tres minutos desde que les dejamos en la puerta. Y justo antes de salir del coche hemos comprobado cada pantalla, cada escondite.
No hay comentarios:
Publicar un comentario