domingo, 4 de octubre de 2015

En la piel de Grey - Capítulo 31.13 - ( Fans de Grey )

- Y esos pendientes. En el barrio chino hacen las imitaciones de los Cartier con mucha más clase.

- Oh vamos Lily no seas tan mala –dice otra de las amigas de Mia, a la que tengo que acordarme de enviarle un ramo de flores mañana por la mañana-. A mí me parece encantadora.

- Vulgar, querrás decir. Si encuentras encantadora la torpeza, tal vez, pero yo no apostaría por ella. Christian la dejará en cualquier momento, ya lo veréis.

- ¡Qué dices! Mia nos ha dicho que son novios.

- Estoy segura de que nada ha cambiado –prosigue Lily-. Mia también decía que nunca había llevado a una chica a casa, y estoy segura de que sigue siendo así.

Una parte de mí quiere volverse, y darle una torta. Una bofetada. Como haría un padre con un hijo insolente, maleducado. Pero no voy a dignificar su comentario absurdo con una reacción. Sé que lo dice para que lo oiga, no quiero darle ninguna satisfacción. Finalmente, el maestro de ceremonias se dirige a ella, y todos los músculos de mi cuerpo se empiezan a tensar. Ana… Ana…

- En cuarto lugar, damas y caballeros, permítanme presentarles a la encantadora Ana.

A mi lado, escucho otra vez los reproches de Lily, esta vez en tono más bajo, para mantener la discreción en medio del silencio que se hace cada vez que presentan a una muchacha.
Mia estalla en una risita y empuja a Anastasia hacia el centro de la pista, y trastabillea un poco antes de recuperar el equilibrio sobre los altísimos Loubouttin. Noto sus mejillas ruborizadas por la vergüenza, tan rojas como mis ojos de ira. Estoy a punto de empezar y terminar la puja de una sola vez, pero el doctor Flynn me hace un gesto con las manos. Calma. Trato de respirar hondo. Una vez, dos veces. Vuelvo a mirar a Ana, en el centro de la pista, expuesta ante los ojos de todos. Flynn repite el gesto. Calma. Vuelvo a respirar hondo.

- La bellísima Ana toca con soltura seis instrumentos musicales, practica yoga desde los seis años y habla chino mandarín con fluidez. Por si fuera poco… Sin pensarlo un segundo, y sin darle tiempo a que prosiga inventándose alabanzas de la mujer que amo, y que es mía, le corto en seco.

- Diez mil dólares –digo en voz lo suficientemente alta como para que me oiga el último camarero que haya recogiendo la última mesa en la parte posterior de la casa. Con Christian Grey no se juega. Y con sus posesiones tampoco. Se hace el silencio en la finca Travelyan-Grey. Eso es lo que quería. Basta de gilipolleces. Atónita detrás de mí, Lily ahoga un grito. Ahí tienes, Lily, la bofetada que te mereces. Por descarada, por insolente, por mala.

- Bueno bueno, señores, parece que hemos dado con un bien preciado para el señor de la máscara oscura… ¿Quién será nuestro misterioso pujante, y nuestra misteriosa Ana? En fin, damas y caballeros, da comienzo la subasta con una puja inicial de diez mil dólares. ¿Alguien da más?

- Quince mil dólares –todas las caras se vuelven hacia el doctor Flynn, que ha elevado mi puja en cinco mil dólares y me reta con una inclinación de cabeza.

- Parece que hoy contamos con unos contendientes de altura; bien caballeros.

Trato por un momento de decidir si merece la pena entender o no lo que está haciendo Flynn. Si está testando mi paciencia, si está jugando a tocar lo que es mío, y ver si estoy dispuesto a compartirlo. Pero desecho rápidamente la idea. Esto tiene que terminar ya.

- Veinte mil dólares –digo.

- Veinticinco mil –el doctor Flynn me devuelve la puja.

El silencio a nuestro alrededor es total. Mi tono de voz, tan frío como la actitud de Anastasia, quieta en la atalaya en que se ha convertido la pista de baile mientras dos hombres se retan en duelo por ella. Un duelo absurdo porque tiene el ganador adjudicado desde antes de empezar. Sabiéndome vencedor, sonrío. Tu juego ha terminado, Flynn. Nuestras reglas son distintas, y nuestras divisiones también.

- Cien mil dólares –zanjo la cuestión.

El maestro de ceremonias tarda un poco en reaccionar, y cuando lo hace se vuelve hacia Flynn que, derrotado, me sonríe con las manos levantadas, las palmas hacia arriba, claudicando. Le devuelvo la sonrisa con la misma gracia que le he devuelto cada una de sus pujas, aumentada. El grupo de amigas de Mia, que había enmudecido, recupera la voz.

- ¡Cien mil dólares! ¿Qué decías Lily, que no iba en serio? –estallan en una risotada, imagino que todas, menos una. Comparto su alegría.

- Damas y caballeros, parece que esto es todo. Cien mil dólares a la de una, cien mil dólares a la de dos, cien mil dólares a la de tres. Adjudicada la preciosa Ana por cien mil dólares al apuesto caballero del antifaz oscuro.

Todo el público se une en una ovación cerrada, vítores, aplausos y silbidos a mi alrededor mientras me acerco al borde del escenario para ayudar a bajar a Anastasia. Se acerca a mí, vacilante y sonriente, contenta, supongo, de quitarse del ojo público, al fin. La tomo del brazo, y la calma vuelve a mí. Ya pasó todo, y está aquí, mía, otra vez. Como siempre tuvo que ser.

- ¿Quién era ése, Christian?

- Una persona a la que conocerás después. Ahora, nena, salgamos de aquí. Hay algo que quiero enseñarte, y sólo tenemos media hora hasta que termine la subasta. No querrás que me pierda ese baile por el que acabo de pagar cien mil dólares…

- Un baile bastante caro, ¿no te parece? –me pregunta Anastasia, divertida.

- Así es, pero estoy convencido de que valdrá cada uno de los centavos que me ha costado.

Anastasia se ríe y se deja arrastrar lejos de la carpa, mientras la voz del maestro de ceremonias se apaga a medida que nos alejamos.

- Me informan de que ésta ha sido la puja más alta de la historia de la subasta del baile inicial de la gala benéfica de los señores Travelyan-Grey… Sabía que cada año nos superábamos pero…

Su voz se apaga definitivamente. Atravesamos el jardín donde se prepara la banda para el baile, y la llevo hasta el edificio principal de la casa. Por fin a solas. Por fin los dos. Me quema la ropa, me quema cada centímetro que nos separa. Y los comentarios de Lily me han encendido aún más. Y me han hecho pensar. En algo sí tenía razón, cuando éramos pequeños, jamás llevé a una chica a casa. Nunca entró ninguna en mi habitación. Y hoy puede cambiar eso. Con Anastasia. Es la primera, y la única, que se ha ganado mi confianza. La única capaz de haber saltado todas mis barreras. Impaciente, la llevo hacia el interior de la casa por la puerta trasera. Sin detenerme, la tomo de la mano para poder subir las escaleras que llevan al segundo piso, segunda puerta a la izquierda. La abro despacio, la ayudo a entrar.







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