Nos despertamos cuando ya el sol golpea en el ojo de buey de nuestro camarote. Anastasia aún dormita, perezosa en el despertar. Miro el rastro de la pasada vivencia sexual de la tarde de ayer. Aún están los mudos testigos de mi boca, aunque poco a poco se van difuminando. Pero mi mirada, al recorrer su cuerpo, se dirige hacia sus muñecas, y en ellas se muestran unas marcas anchas de color rojo bastante pronunciado. De golpe me levanto y descubro su cuerpo y veo que en sus tobillos están las mismas marcas rojas, pronunciadas, y sé a que se deben. No me ha gustado nada verlas; me duele. Ella se ha dado cuenta y trata de tranquilizarme diciendo que no le duelen y que se hicieron porque ella lo decidió porque podía haber dicho la palabra de seguridad y no lo hizo, porque le gustaba lo que le hacía. No quiero pensar en ello. No quiero pensar que ella haya podido sufrir por mi culpa.
- Me voy a la ducha - Corto en seco la conversación, bastante disgustado por lo que acabo de ver.
Como siempre, dejo que el agua corra por mi cuerpo durante un rato. Bajo la cabeza y hago que resbale sobre la nuca. Deseo alejar los malos pensamientos. Salgo y me seco. Enrollo una toalla sobre mi cintura y continúo con el afeitado. Cuando estoy por la mitad entra Anastasia, que a través del espejo, contempla la escena sonriente. Y otra, ocurrida hace pocos días en Londres, llega a mi imaginacion que me hace sonreir. Ahora es ella la que desea afeitarme, pero entonces fuí yo quién afeitó a ella su zona más íntima, porque quiso darme una sorpresa, y me la dió ¡ vaya si me la dió, pero lo hizo tan mal, que tuve que terminar lo que ella empezó. Y a mi memoria llegan esas imágenes, su vegüenza por lo que estaba haciendo, y lo que vino a continuación. Fue totalmente diferente, y la diferencia la marcó ella,según expresaba después: no terminaba de comprender la diferencia que existía entre un antes y un después. La sensibilidad de la zona se había acrecentado. En ese momento decidió que acudiría a los especialistas la próxima vez.
- ¿ De qué te ries - Me dice al ver mi cara de bobalicón riendo sin saber por qué
- De algo que sucedió en Londres - le respondo riendo Ella sabe perfectamente a qué me refiero. Coge una silla , la arrima hacia el lavabo y hace que me siente en ella-. ¿ Vas a afeitarme ? ¿ Sabes lo que haces ? Recuerda que he visto el resultado de tus afeitados - La digo riendo sabiendo a lo que me refiero
- Calla y siéntate. No tengas miedo
-No tengo miedo. Sé que no me harías daño alguno, al menos con intención.
Me quedo sorprendido al comprobar la destreza y seguridad en su mano con la navaja de afeitar. No tenía temor en absoluto. Ella aclaró después que, durante años, lo ha hecho con su padre. La atraigo hacia mi e inhalo el olor de sale de su cuerpo. Sólo tiene puesta una camisola. Paseo mi nariz por sus pechos, besándolos, y mis manos bajan hasta sus nalgas desnudas. Mientras la acaricio, le pregunto si desea que vayamos a alguna parte. No habrá playa, ni sol, ni escotes, ni tirantes, ni nada en lo que pueda lucir su cuerpo con moretones.
- Mis padres me recomendaron un pueblecito medieval precioso. Por lo visto hay bastantes tiendas con obras de arte. Podríamos comprar alguna
Ella protesta porque no entiende de arte. No es una apuesta, simplemente una forma de visitar el pueblo y si viéramos algo que nos gustase, entonces lo comprartíamos. Por fin, estamos de acuerdo en algo. Desayunamos y partimos hacia Saint Paul de Vence, en la montaña y a alguna distancia, por lo que vamos en coche. Vamors con Taylor, y dos guardaespaldas franceses que he contratado mientras dure nuestra estancia en Francia y en Monaco. Son idénticos, y a veces me cuesta distinguirlos. Son educados, amables y silenciosos. Se ve que Taylor les ha aleccionado a la perfección. Cuando llevamos aproximadamente hora y media de viaje, ante nuestros ojos aparece la entrada al pueblo. La primera impresión es muy agradable; no habían exagerado mis padres en sus alabanzas.
Vamos recorriendo las tiendas, y en efecto, hay bastantes cuyo tema es el arte: pinturas, esculturas, fotografías, etcétera. Mientras Ana pasea su miraba por la tienda, yo me detengo delante de unos cuadros de un pintor francés, especialista en desnudos femeninos. Los contemplo sin morbo, simplemente porque son perfectos, pero Anastasia piensa que es porque reflejan el cuerpo desnudo de una mujer. Me gusta contemplar el desnudo femenino, en su perfección, en su belleza, pero tengo suficiente con el cuerpo de mi mujer. No necesito contemplar ningún otro. Ella me lo recrimina, y le explico que a todos los hombres nos gusta contemplar las formas femeninas en cualquier expresión que estén representadas. Ella calla, no sé si piensa en algo, si la explicación ha sido suficiente, o por el contrario se ha molestado.
Pasamos por algunas calles, en las que las personas mayores juegan a la petanca, un juego muy francés. Están a la sombra y la calle es solitaria. Nos detenemos un instante tratando de entender las reglas de ese juego, tan distinto a los nuestros americanos y que a ellos les complace sobremanera.
.
Entramos en otra galería con pinturas más vanguardistas, y parece que llama la atención de Anastasia, alguna muy colorista. Me toma de la mano y me conduce hacia ellas. Son cuadros que representan verduras y hortalizas, pero a ella le recuerda una escena nuestra vivida en su cocina: yo partiendo verduras. Nos reímos al evocar ambos la escena, y lo que siguió después.
- No estuvo tan mal, para ser la primera vez que lo hacía. Sólo tardé mucho - la digo acercándola a mi y besándola.- ¿ Los compramos ? ¿ Dónde los pondrías ?- le pregunto
- Hum..., en la cocina. Creo que es su lugar más apropiado. Me gustan; me recuerdan a los que tienes en tu despacho encima de la puerta y que llamaron mucho mi atención la primera vez que los vi
- Ya recuerdo " Elevan lo cotidiano, a lo extraordinario ", dijiste. Nunca había escuchado una definición tan inteligente y tan acertada. Fue en ese instante cuando llamaste mi atención.- Ella sonrie satisfecha
Toma uno de ellos, y le da la vuelta. En un principio no sé porqué lo hace, pero lo comprendo cuando exclama con los ojos muy abiertos :
- ¿Seis mil euros? ¡ Qué disparate ! Son carísimos. Ni hablar
- Ana...te gustan. Nos los llevamos
- Pero...
- Ana... nos los llevamos - Y me mira frunciendo el ceño y no replica más ante mi decisión
Hemos terminado de comer en un hotel de Saint Paul. Nuestra conversación es sobre el pueblo, las tiendas y nuestra adquisición de los cuadros de los pimientos. Ella ha decidido el lugar donde los pondrá , y desde luego, es el más apropiado: la cocina. Doy un sorbo a mi café y la pregunto algo que me dijo el día de nuestro polvo de castigo
- Me dijiste por qué te trenzo el pelo. ¿ Quieres saberlo ?
- Ella me dice si con la cabeza y me mira expectante. Siempre me lo ha preguntado, pero nunca ha obtenido respuesta, muy al contrario le he dado una pueril: "para no hacerte daño y se enrede". Pero esta vez le digo la verdad
- Mi madre me dejaba jugar con su pelo.- Ella sabe a qué madre me refiero y exclama algo temerosa
- Me gusta que juegues con mi pelo
No ´se por qué demonios lo he dicho. Una oleada de nostalgia inunda mi memoria y todo yo. Estoy acariciando con suavidad la mano de Ana, pero permanezco callado, y a la vez triste. Y es su voz la que me hace venir al aquí y al ahora Acaricia mi mano y me dice
-Christian, querías a tu madre. Era una mala madre, pero tu la querías.
La miro fijamente, en la que sin palabras, seguramente estoy expresando mis más profundos recuerdos, mis más dolorosos recuerdos. No deseo seguir hablando de ello, y decido que sigamos con nuestra ruta turística. Bajo la mirada hacia su mano que permanece sobre la mia, y entonces esa maldita marca roja, vuelve a machacar mi memoria y a retorcer mis sentimientos. Abono la cuenta y abandonamos el hotel. Mi cara debe expresar la tormenta de emociones que tienen lugar en mi interior. Ana mete la mano en un bolsillo trasero de mi pantalón, y me pellizca. Yo la miro, y ella me sonríe, pero yo sólo la miro. No digo nada, no sonrío, sólo pienso en cómo ocultar aquellas marcas que me atormentan, y me prometo a mi mismo que nunca más sucederá.
Vamos en silencio recorriendo con la vista las tiendas del lugar. Yo miro buscando ¿ qué ?... Ella se fija en chucherías de apenas unos euros. Es igual que una chiquilla buscando piruletas. Pero de pronto, me paro ante el escaparate de una joyería, y ante mis ojos está lo que busco. Me detengo un momento y en mi imaginación veo ese brazalete en el brazo de Anastasia: Perfecto, cubre la señal. En la muñeca izquierda lleva un reloj que le regalé en Londres, con lo cuál, ambos brazos ocultan las señales que nunca debieron producirse. Ella mira distraída el escaparate, totalmente ajena a lo que estoy pensando. Lo suyo no son las joyas ni nada costoso, Es de gustos sencillos, pero llevará todo cuanto yo pueda regalarle.cueste lo que cueste. El dinero no es problema y confío en que dentro de un tiempo, tampoco lo sea para ella. La tomo de la mano y entramos. En francés indico a la dependienta lo que quiero; ella me mira fijamente, quizá desconfiando por nuestro atuendo. ¡ Ay señorita, desconoce que está hablando con uno de los hombres más influyentes de EEUU, !, pero ya se dará cuenta cuando le muestre mi tarjeta de crédito.
En la puerta los guardaespaldas, vigilan la entrada y salida del establecimiento, sin llamar la atención. Son discretos en extremo.
Coloco en la muñeca de Anastasia, el brazalete de una exquisita belleza. Perfecto en su tamaño y en su talla. Ella protesta, rechazando algo tan costoso; no lo necesita y alega que las señales van desapareciendo y dentro de un día o dos ya no existirán.
Ignoro su argumento y se lo dejo puesto. Mientras extraigo de mi cartera mi tarjeta de crédito acompañada de mi carnet de identificación. La dependiente no dice nada, sólo hace un gesto con los ojos que demuestra a las claras su admiración por mi nombre. "El hábito no hace al monje", la repto en inglés que dudo entienda su significado, , pero me mira y una vez efectuado el pago,me sonrie y nos acompaña hasta la puerta con su más exquisito saludo
Anastasia hace un comentario ignorando la realidad de la demostración de educación de la dependienta
- La has hechizado. Como haces con todas las mujeres
- No Ana, no es lo que te imaginas. Sólo pensó en un principio que quizá fuéramos unos atracadores-digo señalando nuestra indumentaria informal- Pero comprobó que no era así, y quiso rectificar Solamente eso.
¿A ti te he hechizado ?
-Sabes muy bien que si. De verdad Christian, no necesito esto. No me duele y desaparecerá antes de regresar a casa
-Quiero que lo lleves. Es para mi tranquilidad. Lamento haberte hecho esas señales. No volverá a ocurrir
-¿Significa que nunca más me darás un polvo de castigo ? A mi me gustan. Me gustó mucho. Creo que mi satisfacción fue bastante evidente.
La miro y la sonrio mientras acaricio su mejilla, y ella una vez más pone su mano en el bolsillo trasero de mi short y vuelve a pellizcarme. Hace que suelte una carcajada
Vamos de regreso al barco, la tarde va pasando y nuestro tiempo también. Nos miramos y Anastasia se sienta encima de mi regazo mimosa. ¡ Hum ! conozco esos mimos y lo que buscan. Sabe que me siento algo triste y desea alejar de mi la reminiscencia de mi madre. Aprieto un botón y quedamos aislados de las personas que van delante conduciendo el coche. Tomo uno de sus tobillos y paso mi dedo pulgar por él. La marca está oculta tras el cordón de su sandalia, pero está ahí.
- Christian, por favor. Te he repetido hasta la saciedad que no me duelen y que se irán en poco tiempo
- Pero me siento mal. Nunca me he sentido asi. No me gusta dejarte marcas
-Pues hay algunas que creo que no te importó hacérmelas, es más lo hiciste a propósito.
- Cierto, señora Grey. Con esas disfrute muchísimo. - Ambos reimos, pero una llamada a mi teléfono privado interrumpe nuestro intercambio de coqueteos..
- Me voy a la ducha - Corto en seco la conversación, bastante disgustado por lo que acabo de ver.
Como siempre, dejo que el agua corra por mi cuerpo durante un rato. Bajo la cabeza y hago que resbale sobre la nuca. Deseo alejar los malos pensamientos. Salgo y me seco. Enrollo una toalla sobre mi cintura y continúo con el afeitado. Cuando estoy por la mitad entra Anastasia, que a través del espejo, contempla la escena sonriente. Y otra, ocurrida hace pocos días en Londres, llega a mi imaginacion que me hace sonreir. Ahora es ella la que desea afeitarme, pero entonces fuí yo quién afeitó a ella su zona más íntima, porque quiso darme una sorpresa, y me la dió ¡ vaya si me la dió, pero lo hizo tan mal, que tuve que terminar lo que ella empezó. Y a mi memoria llegan esas imágenes, su vegüenza por lo que estaba haciendo, y lo que vino a continuación. Fue totalmente diferente, y la diferencia la marcó ella,según expresaba después: no terminaba de comprender la diferencia que existía entre un antes y un después. La sensibilidad de la zona se había acrecentado. En ese momento decidió que acudiría a los especialistas la próxima vez.
- ¿ De qué te ries - Me dice al ver mi cara de bobalicón riendo sin saber por qué
- De algo que sucedió en Londres - le respondo riendo Ella sabe perfectamente a qué me refiero. Coge una silla , la arrima hacia el lavabo y hace que me siente en ella-. ¿ Vas a afeitarme ? ¿ Sabes lo que haces ? Recuerda que he visto el resultado de tus afeitados - La digo riendo sabiendo a lo que me refiero
- Calla y siéntate. No tengas miedo
-No tengo miedo. Sé que no me harías daño alguno, al menos con intención.
Me quedo sorprendido al comprobar la destreza y seguridad en su mano con la navaja de afeitar. No tenía temor en absoluto. Ella aclaró después que, durante años, lo ha hecho con su padre. La atraigo hacia mi e inhalo el olor de sale de su cuerpo. Sólo tiene puesta una camisola. Paseo mi nariz por sus pechos, besándolos, y mis manos bajan hasta sus nalgas desnudas. Mientras la acaricio, le pregunto si desea que vayamos a alguna parte. No habrá playa, ni sol, ni escotes, ni tirantes, ni nada en lo que pueda lucir su cuerpo con moretones.
- Mis padres me recomendaron un pueblecito medieval precioso. Por lo visto hay bastantes tiendas con obras de arte. Podríamos comprar alguna
Ella protesta porque no entiende de arte. No es una apuesta, simplemente una forma de visitar el pueblo y si viéramos algo que nos gustase, entonces lo comprartíamos. Por fin, estamos de acuerdo en algo. Desayunamos y partimos hacia Saint Paul de Vence, en la montaña y a alguna distancia, por lo que vamos en coche. Vamors con Taylor, y dos guardaespaldas franceses que he contratado mientras dure nuestra estancia en Francia y en Monaco. Son idénticos, y a veces me cuesta distinguirlos. Son educados, amables y silenciosos. Se ve que Taylor les ha aleccionado a la perfección. Cuando llevamos aproximadamente hora y media de viaje, ante nuestros ojos aparece la entrada al pueblo. La primera impresión es muy agradable; no habían exagerado mis padres en sus alabanzas.
Vamos recorriendo las tiendas, y en efecto, hay bastantes cuyo tema es el arte: pinturas, esculturas, fotografías, etcétera. Mientras Ana pasea su miraba por la tienda, yo me detengo delante de unos cuadros de un pintor francés, especialista en desnudos femeninos. Los contemplo sin morbo, simplemente porque son perfectos, pero Anastasia piensa que es porque reflejan el cuerpo desnudo de una mujer. Me gusta contemplar el desnudo femenino, en su perfección, en su belleza, pero tengo suficiente con el cuerpo de mi mujer. No necesito contemplar ningún otro. Ella me lo recrimina, y le explico que a todos los hombres nos gusta contemplar las formas femeninas en cualquier expresión que estén representadas. Ella calla, no sé si piensa en algo, si la explicación ha sido suficiente, o por el contrario se ha molestado.
Pasamos por algunas calles, en las que las personas mayores juegan a la petanca, un juego muy francés. Están a la sombra y la calle es solitaria. Nos detenemos un instante tratando de entender las reglas de ese juego, tan distinto a los nuestros americanos y que a ellos les complace sobremanera.
.
Entramos en otra galería con pinturas más vanguardistas, y parece que llama la atención de Anastasia, alguna muy colorista. Me toma de la mano y me conduce hacia ellas. Son cuadros que representan verduras y hortalizas, pero a ella le recuerda una escena nuestra vivida en su cocina: yo partiendo verduras. Nos reímos al evocar ambos la escena, y lo que siguió después.
- No estuvo tan mal, para ser la primera vez que lo hacía. Sólo tardé mucho - la digo acercándola a mi y besándola.- ¿ Los compramos ? ¿ Dónde los pondrías ?- le pregunto
- Hum..., en la cocina. Creo que es su lugar más apropiado. Me gustan; me recuerdan a los que tienes en tu despacho encima de la puerta y que llamaron mucho mi atención la primera vez que los vi
- Ya recuerdo " Elevan lo cotidiano, a lo extraordinario ", dijiste. Nunca había escuchado una definición tan inteligente y tan acertada. Fue en ese instante cuando llamaste mi atención.- Ella sonrie satisfecha
Toma uno de ellos, y le da la vuelta. En un principio no sé porqué lo hace, pero lo comprendo cuando exclama con los ojos muy abiertos :
- ¿Seis mil euros? ¡ Qué disparate ! Son carísimos. Ni hablar
- Ana...te gustan. Nos los llevamos
- Pero...
- Ana... nos los llevamos - Y me mira frunciendo el ceño y no replica más ante mi decisión
Hemos terminado de comer en un hotel de Saint Paul. Nuestra conversación es sobre el pueblo, las tiendas y nuestra adquisición de los cuadros de los pimientos. Ella ha decidido el lugar donde los pondrá , y desde luego, es el más apropiado: la cocina. Doy un sorbo a mi café y la pregunto algo que me dijo el día de nuestro polvo de castigo
- Me dijiste por qué te trenzo el pelo. ¿ Quieres saberlo ?
- Ella me dice si con la cabeza y me mira expectante. Siempre me lo ha preguntado, pero nunca ha obtenido respuesta, muy al contrario le he dado una pueril: "para no hacerte daño y se enrede". Pero esta vez le digo la verdad
- Mi madre me dejaba jugar con su pelo.- Ella sabe a qué madre me refiero y exclama algo temerosa
- Me gusta que juegues con mi pelo
No ´se por qué demonios lo he dicho. Una oleada de nostalgia inunda mi memoria y todo yo. Estoy acariciando con suavidad la mano de Ana, pero permanezco callado, y a la vez triste. Y es su voz la que me hace venir al aquí y al ahora Acaricia mi mano y me dice
-Christian, querías a tu madre. Era una mala madre, pero tu la querías.
La miro fijamente, en la que sin palabras, seguramente estoy expresando mis más profundos recuerdos, mis más dolorosos recuerdos. No deseo seguir hablando de ello, y decido que sigamos con nuestra ruta turística. Bajo la mirada hacia su mano que permanece sobre la mia, y entonces esa maldita marca roja, vuelve a machacar mi memoria y a retorcer mis sentimientos. Abono la cuenta y abandonamos el hotel. Mi cara debe expresar la tormenta de emociones que tienen lugar en mi interior. Ana mete la mano en un bolsillo trasero de mi pantalón, y me pellizca. Yo la miro, y ella me sonríe, pero yo sólo la miro. No digo nada, no sonrío, sólo pienso en cómo ocultar aquellas marcas que me atormentan, y me prometo a mi mismo que nunca más sucederá.
Vamos en silencio recorriendo con la vista las tiendas del lugar. Yo miro buscando ¿ qué ?... Ella se fija en chucherías de apenas unos euros. Es igual que una chiquilla buscando piruletas. Pero de pronto, me paro ante el escaparate de una joyería, y ante mis ojos está lo que busco. Me detengo un momento y en mi imaginación veo ese brazalete en el brazo de Anastasia: Perfecto, cubre la señal. En la muñeca izquierda lleva un reloj que le regalé en Londres, con lo cuál, ambos brazos ocultan las señales que nunca debieron producirse. Ella mira distraída el escaparate, totalmente ajena a lo que estoy pensando. Lo suyo no son las joyas ni nada costoso, Es de gustos sencillos, pero llevará todo cuanto yo pueda regalarle.cueste lo que cueste. El dinero no es problema y confío en que dentro de un tiempo, tampoco lo sea para ella. La tomo de la mano y entramos. En francés indico a la dependienta lo que quiero; ella me mira fijamente, quizá desconfiando por nuestro atuendo. ¡ Ay señorita, desconoce que está hablando con uno de los hombres más influyentes de EEUU, !, pero ya se dará cuenta cuando le muestre mi tarjeta de crédito.
En la puerta los guardaespaldas, vigilan la entrada y salida del establecimiento, sin llamar la atención. Son discretos en extremo.
Coloco en la muñeca de Anastasia, el brazalete de una exquisita belleza. Perfecto en su tamaño y en su talla. Ella protesta, rechazando algo tan costoso; no lo necesita y alega que las señales van desapareciendo y dentro de un día o dos ya no existirán.
Ignoro su argumento y se lo dejo puesto. Mientras extraigo de mi cartera mi tarjeta de crédito acompañada de mi carnet de identificación. La dependiente no dice nada, sólo hace un gesto con los ojos que demuestra a las claras su admiración por mi nombre. "El hábito no hace al monje", la repto en inglés que dudo entienda su significado, , pero me mira y una vez efectuado el pago,me sonrie y nos acompaña hasta la puerta con su más exquisito saludo
Anastasia hace un comentario ignorando la realidad de la demostración de educación de la dependienta
- La has hechizado. Como haces con todas las mujeres
- No Ana, no es lo que te imaginas. Sólo pensó en un principio que quizá fuéramos unos atracadores-digo señalando nuestra indumentaria informal- Pero comprobó que no era así, y quiso rectificar Solamente eso.
¿A ti te he hechizado ?
-Sabes muy bien que si. De verdad Christian, no necesito esto. No me duele y desaparecerá antes de regresar a casa
-Quiero que lo lleves. Es para mi tranquilidad. Lamento haberte hecho esas señales. No volverá a ocurrir
-¿Significa que nunca más me darás un polvo de castigo ? A mi me gustan. Me gustó mucho. Creo que mi satisfacción fue bastante evidente.
La miro y la sonrio mientras acaricio su mejilla, y ella una vez más pone su mano en el bolsillo trasero de mi short y vuelve a pellizcarme. Hace que suelte una carcajada
Vamos de regreso al barco, la tarde va pasando y nuestro tiempo también. Nos miramos y Anastasia se sienta encima de mi regazo mimosa. ¡ Hum ! conozco esos mimos y lo que buscan. Sabe que me siento algo triste y desea alejar de mi la reminiscencia de mi madre. Aprieto un botón y quedamos aislados de las personas que van delante conduciendo el coche. Tomo uno de sus tobillos y paso mi dedo pulgar por él. La marca está oculta tras el cordón de su sandalia, pero está ahí.
- Christian, por favor. Te he repetido hasta la saciedad que no me duelen y que se irán en poco tiempo
- Pero me siento mal. Nunca me he sentido asi. No me gusta dejarte marcas
-Pues hay algunas que creo que no te importó hacérmelas, es más lo hiciste a propósito.
- Cierto, señora Grey. Con esas disfrute muchísimo. - Ambos reimos, pero una llamada a mi teléfono privado interrumpe nuestro intercambio de coqueteos..
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